Trasteando en un polvoriento desván de su casa, el hombre se
procuró todo lo necesario para vestirse como un caballero andante. Limpió las
herrumbrosas armas que encontró allí e hizo arreglos y remiendos para fabricar una
pieza que le faltaba. Buscó un nombre apropiado para su caballo. Buscó otro
para sí. Se inventó una dama a la que servir y le dio también un nombre que se ajustara a las circunstancias. Todo eso le ocupó casi tres semanas. Y después, sin más tardar, un
día, que era del mes de julio, ni corto ni perezoso, se levantó antes de que
amaneciera y salió a hurtadillas de su pueblo.
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